Por Guillermo Cifuentes
“Esclavo por una parte, servil criado por la otra es lo primero que nota el último en desatarse”, Pablo Milanés
Se ha dicho que el mundo progresista (demócratas de izquierda y del progresismo) ha sido actor relevante de los procesos de transición a la democracia en América Latina y resulta evidente que la ausencia del mundo progresista en la República Dominicana, es lo que explica el lamentable estado de la cuestión democrática.
No creo que existan dudas acerca de que una cultura política resultado de la dictadura y que mantiene conductas como la aceptación de los fraudes electorales, la sucesión de reformas constitucionales en beneficio de quienes han llegado al poder con otras normas, etc. contribuye a la mantención del régimen no democrático.
Y aún más lamentable es que las conductas no democráticas se hayan convertido en parte de un paisaje que por generalizado, termina siendo aceptado.
En esa situación la necesidad de que el mundo progresista sea actor importante resulta de primera importancia. Recuerdo a mi primer jefe político (Harold Felmer Klenner) que me enseñaba, a mis doce años, que hablar de socialismo democrático era una redundancia, pues el socialismo no podía ser más que democrático. Tanto tiempo después vale retomar esa vieja instrucción y recordar a Bobbio, a quien se le atribuye haber afirmado que el desafío de la democracia es lograr lo que el socialismo no pudo conseguir. Sin ignorar que todo esto es motivo de muchas diferencias y que sobre todo supone que el mundo progresista ponga sus cuentas al día, exija lo que cree debe exigir a los responsables y sobre todo lo haga teniendo en cuenta los contextos.
Otra cosa que no debe ser ignorada es que la falta de democracia no es responsabilidad de la izquierda dominicana, sino de su ausencia y de los que quieren que esos sectores políticos se mantengan alejados de los cambios políticos necesarios.
Me voy a atrever, con algo de aprensión, a poner como tema la actuación de la izquierda -el 14 de Junio (1J4)- en las elecciones de 1962. “¿Alguien podría citarme una incongruencia política de más calado?”, se pregunta un cronista al que le parece inexplicable que los que no votaron por Bosch en 1962 hayan hecho el sacrificio supremo en 1963. Para su análisis el señor de la cita olvida algunos detalles que quisiera recordar citando a Rafael Valera Benítez, cuando relata su llegada a un centro de tortura “No es poco el impacto que produce en el ánimo más aplomado contemplar a un hombre indefenso y desnudo, vuelto una masa de carne lacerada y convertido en una especie de cebra bípeda con todo el cuerpo cubierto de surcos negros y sanguinolentos causados por pelas de más de doscientos azotes que se aplicaba con fuertes gruesos alambres y tubos de material plástico”.
Valera Benítez también nos dejó testimonios de las conductas de aquellos que llegaron del exilio y a los que la dictadura no les tocó ni un pelo. Y allí está la explicación para las decisiones asumidas en el primer proceso electoral posterior al 30 de mayo de 1961. Es difícil que los izquierdistas en 1962 votaran apoyando que no fueran juzgados los torturadores, así como es absolutamente impresentable esperar que gente de izquierda votara por el “borrón y cuenta nueva”, negando el principal valor de quienes se ubican en ese litoral: la justicia. Tanto como es definitivamente comprensible la lucha llevada a la expresión máxima conocida en este país para exigir el retorno a la constitucionalidad.
Lo que no es congruente es un expeledeísta buscando valla en el PRD (M) insinuándose como nuevo gladiador de la sociedad civil para proponer concertaciones innecesarias que intenta justificar solamente con lecturas incompletas y ofensivas del pasado.
Pero si el mundo progresista debe ajustar cuentas con el pasado, tiene que hacerlo también con el presente y el presente, en mi opinión, necesita un esfuerzo mayor que el que se hace para competir en los insultos o en las ofertas. Nadie puede afirmar, por ejemplo, que aquí hay una dictadura de un partido, en primer lugar porque no es cierto y lo peor es que si alguien lo cree tomará acciones equivocadas respecto a la política en general y a las alianzas en particular.
Nada mejor que ver el proceso que terminó con la aprobación de la Ley de Partidos, donde claramente el poder de la “dictadura” de un partido no fue suficiente para lograr su aprobación: para que el proyecto se convirtiera en la ya comprobadamente anti democrática ley 33/18, hizo falta que concurrieran las “víctimas” de la dictadura.
La política y las elecciones de 2020 y su baja intensidad democrática son resultado del acuerdo de varios partidos: PLD(M), PRSC, PRD(V) y PRD(M). ¿Significa eso que estamos en una dictadura multipartidaria? No lo creo. Lo ocurrido se me parece mucho más a la instalación definitiva de un sistema de partidos con dos partidos hegemónicos en el que uno de ellos seguirá su proceso de deterioro esperando ganar la próxima elección y el otro seguirá su proceso de deterioro con la obligación de no perder la próxima elección.
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